23 de mayo de 2023

Valeria Valeriana y Lola - escena que espera en una novela llena de polvo (del malo)

- Tendrías que haber venido anoche, no sabes cómo estuvo la fiesta de mamá; no dejaron ni una porción de torta. Decí que llegué a guardarte un pedazo amiga, nunca me salió tan rica. Y decime vos, ¿lo llamaste al pintor?

- No - dijo Valeriana todavía con voz dormida - Estuve pensando, y creo que no tendría mucho sentido.

- Pero sos increíble Valeria... poné la pava que voy para allá y te llevo la torta. 


Lola vivía en frente de Valeria Valeriana. Se había mudado a San Cristóbal luego de separarse de su marido, hacía un año. A los veinte Lola conoció a Fuad, un centroamericano de sonrisa amplia que hacía juego con su boca de cocodrilo. A los veinticuatro se casaron con una ceremonia que duró veinte minutos y una fiesta de dieciséis interminables horas. Valeriana nunca fue a recibir la liga que le colocaría con mano invisible Fuad, porque estaba dormida en la cocina frente a una botella de sidra. Al día siguiente, la luna de miel dos meses en la India. Diez meses más tarde, el divorcio inmediato luego de descubrir el verdadero empleo de Fuad y una serie de engaños.


Valeriana estaba convencida de que en su casa había un duende que le escondía los cigarrillos. Se debe estar matando de risa desde una maceta y yo buscando enloquecida. Siempre lo mismo vos eh. Cuando los encontró en el primer lugar que había buscado, le sonrió burlonamente a una maceta y encendió uno.


Inmediatamente sonó el timbre y entró Lola como un caballo.


- Esta vez no me hizo renegar mucho, los encontré rápido.

- ¿Otra vez con lo del duende? Por favor Valeria, no quiero ir a verte al Moyano con un cartón de regalo todos los sábados - dijo Lola mientras metía la porción de algo marrón oscuro en la heladera - Mejor hablame del pintor, que tiene cara de duende, pero es un humano confirmado.

- Claro Lola, ¿qué sentido tendría que yo llame al pintor si en cuatro meses me voy de viaje?

- A ver Valeria. Primero, hablás como si un llamado fuera un anillo de bodas. Pará la mano.

Sí, para la mano. Pensó Valeriana. 

- Segundo, te vas por unos meses, tampoco es tanto. Pasame un cigarrillo.

- Bueno, pero vos sabés como son los viajes, uno nunca sabe con qué se puede encontrar. Mirá si me enamoro, jamás podría engañar al pintor; entonces me sentiría mal de sólo pensarlo. Volvería de inmediato, le contaría la intención de mi mente y seguro me dejaría. No lo voy a llamar. 

- Valeria, bajá por favor. Pará la mano. 

Sí, un anillo de bodas para la mano. ¿Dónde más sino? 

A Valeriana le llevaba algo de cinco segundos viajar a Valencia. Se prendió otro cigarrillo y se quedó mirando las manos de Lola que iban y venían cargando el mate.

- No entiendo como todavía tenés la alianza Lola. No le hace honor a nada. 

- Es una defensa, ya te dije. No estoy dispuesta a conocer a nadie. Recién ha pasado un año y creo que aún sigo enamorada.

- No. Seguís terca, que es distinto. 

- Vamos caminando a San Telmo. El día está lindo y tengo que visitar a un amigo.

- Tengo sueño.

- Dale, vamos comiendo la torta.



Cuando salieron de la casa Doña Amalia barría con inspirada concentración las hojas

de la vereda. Estaba segura de que Valeriana estaba loca, porque en los días más grises, cubiertos de niebla y desolados, Valeria Valeriana salía de su casa, se paraba

con las manos en la cintura mirando al cielo, y decía en un suspiro:

"Qué precioso día, ¿no Doña Amalia?". Y la vieja se la quedaba mirando con

cara de tener ruleros hasta que Valeriana volvía a entrar riendo a su casa de puerta azul.

Era un domingo precioso. El cielo casi despejado, y el sol de las tres de la tarde bien alto.

Las calles tranquilas, los autos por el Tigre o en Luján. La Capital para Lola y Valeriana.



***



PD: Un día Valeria Valeriana verá la luz, una Harry Potter sin magia, un Crepúsculo sin vampiros, una Amelie sin Yann Tiersen.


Quiero tanto a Valeriana, que nunca llega, pero tampoco nunca termina de irse.



'Fading out', Anahita Shams


5 de septiembre de 2020

Trátese con Cuidado

 Un día fui a la china y le pedí una bandeja para las piedritas de Toulousse. No tenía pero me ofreció una caja. Me indicó, en su conurbano dialecto achinado, que podía llevarme una caja, cortarla un poco, y ahorrarme la bandeja.


Entonces elegí una. Me la traje contenta por saber el tema solucionado, no podía postergar más la bandeja nueva. Llevaba noches y noches con el gato enojado a media noche, con toda la razón de su peludo lado, despertándome para salir huyendo a cualquier hora. No daba para más.

Mientras desarmaba la caja, previa desinfección de la vida entera en estos tiempos virósicos, o virales, o infumables, descubro algo. Algunas personas dicen que no hay destino astros cartas ángeles luces energías ni mucho menos señales. Y yo creo en todo eso y un poco más. Aunque a veces la fé se llene de polvo y no la vea. Cuestión que la caja me habló de repente, como gritándome con cariño. Y me dijo:

TRÁTESE CON CUIDADO

Y yo me sentí re zarpada. Pero entendí la señal perfectamente, corté ese lado del cartón y lo colgué bien a la vista.
A las pocas semanas, mientras abrazaba un corazón querido, muy querido, el cartel me volvió a hablar. Esta vez se cayó... y no les voy a mentir, para qué. Primero quedó dado vuelta, sin leyenda. Al sentir el ruido en el silencio dominguero, lo miramos. Y mientras lo mirábamos, el cartel se dio vuelta y me volvió a gritar:

TRÁTESE CON CUIDADO

Está bien, ya sé, te volví a entender. Cuántas veces más? Cuántas vueltas más si sabes que no hay sortija en esta calesita?
Y el cartel, y Miguel, y el Universo, pero sobretodo yo, nos dimos la fuerza y dejamos ese corazón querido, muy querido. Y me trate con cuidado. Y el pedazo de cartón sigue siendo lo más bonito que colgué este año.

Supe estar felizmente triste, quizás me comprendan. Pude con ese Rivera, saltar de la calesita sin romperme la columna, porque la amamos, pero ninguna quiere ser Frida.
La caja nunca funcionó, Toulousse, con su sabio ser, jamás la usó. Finalmente compré la bandeja plástica, pero vaya si tenía que pasar por la caja.

En fin, trátense con cuidado, y que sea lo que tenga ser. SaluT al Universo y sus señales. ✨



PD: otro días les cuento mil más.

17 de febrero de 2020

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La poesía se lee con tono de muerte 
Quién fue la primera / Quién fue el primero  
En escupir palabras con tono moribundo 

Si ya sabemos 
Que en cada prosa 
Algo se muere 

Un poeta no es más que alguien matando algo para poder vivir 



PP 
02/2020 

25 de marzo de 2019

19 de marzo - Día 12.451 en la Tierra

No entendés, y quisieras no querer entender, que en este tiempo en este mundo, es lo mejor que podría pasarte.

No querer entender porqué cuando apretás un botón se cambia el canal, porqué el sol de invierno te pone tan feliz, porqué las mañanas volvieron a ser todas frías.

¿Hay un punto medio entre los felices ignorantes y los tristes cognocentes? Sí. Pero pará...
No querer entender porqué nunca escuchaste ese pedacito de canción que te mandé, quizás por el mismo motivo en que ayer me fui a comprar justo la hamburguesa. Bendita hamburguesa.
Bendita y justa hamburguesa.

Demasiado lunes para Daft Punk.
Pero acá está.
One thousand lonely stars hiding in the cold
Take it, I don't wanna sing anymore

No quiero cantar más, Casablanca.

Las piezas no terminan de caer. Y acá estamos. Todxs volando, cayendo como podemos, esquivando a la pieza de al lado, para que no te lleve puesta en su aterrizaje. Pero se chocan, y se golpean. Nadie sabe caer sin lastimar a otrxs.

El mundo a veces se hace un embudo y no, no pasamos todxs. Hay que hacer fila india y toca toca la suerte es loca.

No entendés porqué hasta hace 5 días era verano y ahora es otoño, y se nota, el otoño entra como una columna numerosa al repique de los bombos.

Y te dice.
Y te advierte:
Mirá que llegué, podrías ir cambiando el vino por tecitos chuchis, ir pensando qué libro vas a retomar, re - tomar, más que el vino. Elegite pelis, pero unas buenas. Aflojale al reaggeton y prepará el piyama o conseguite una bata, como te advertían tus amigos, vas a terminar con una bata fumando con boquilla y bebiendo whisky. O tecito chuchi. Y sin fumar. Chavela.


Pero al mismo tiempo el otoño trae baile, sabés. Que se apaguen los que no saben brillar bien, y se encienda el día a día, otra vez. ¿esperar a que aprendan a brillar? Si todavía vos están en corto, qué decís. ¿Nunca te dieron un aventón loco a Flores?

Que se apaguen, cortemos la luz del mundo, que queden lxs que aprendieron

a hacer 
                   fueguito 
a ser 

          fuego.

¿Qué vale más? 

¿La palabra
La acción
O el vuelto en caramelos?

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PP
25.III.19
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14 de marzo de 2019

De la mano y en pantuflas


Es que creer en Fidel es necesario Morell, como quien deja de buscar pelos al huevo – decía Raquel con las manos inquietas, pitando una y otra vez. Y yo sabía cómo terminaban aquellas charlas. Es que ella no soportaba que yo opinara distinto, consideraba la amistad, o el amor, como una balanza totalmente equilibrada, como X igual a X. Al segundo mes de convivencia supe que su terquedad podría más que cualquier sensatez, por lo que me incliné a la resignación, a la sonrisa suave, a tomarle una mano y acariciarla mientras ella se encendía con cada palabra, revoloteando su mirada en mí, en la ventana, en el cuadro del Che.

Durante cinco años la deseé como a nadie, pero de una manera que Raquel ni siquiera sospechó. Me creí el cuento del buen enamorado, con óptimos resultados. Noches y noches de lecturas, whisky, Tiersen y cigarros. Ella iba por ahí, y a mí me quedaba exacto.

La fortaleza de la isla, el empeño del viejo, y la mierda que nos rodea, yo lo necesito Morell, yo creo en Fidel. ¿Por qué me miras así? ¿Vos no? ¿Desde cuándo pensamos distinto nosotros? Era el momento, le tomé la mano, le acaricié los dedos largos, y la besé con los ojos. Decime, Morell. Entonces la llevé a la cama.

La amaba tanto, pero no pude enseñarle a aceptarme, aceptar cualquier otro. Mis tácticas fueron estrategias de evitar cualquier enfrentamiento cotidiano. Eso de amoldarse no iba para Raquel, pobrecita, Raquel.

La consentía, hace poco puedo decirlo. Es que decirlo y aceptarlo, es saberme en parte culpable. Cuántos repasadores quemó porque yo nunca le dije lo peligroso de dejarlos cerca de la hornalla, pero ella se reía, y mi reto era la sonrisa suave, morderme el labio entre la sonrisa suave. Y ella se reía más, porque le gustaba mi complicidad o el reto-sonrisa. No me pueden culpar por haberme enamorado. A fin de cuentas, mi aporte fue de enamorado.

Dejé que llevara a Tobías, el perro, al casamiento de mi hermana. El animal, que vivía encerrado en un departamento, corrió por todo el salón, apenas pude convencerla para que lo dejemos afuera. Cuando el sol se entrometió en la fiesta salimos a buscarlo, pero sólo encontramos los destrozos que Tobías había hecho en el cuidado parque, en los finos canteros, en las nomeolvides, y de él, ni rastro. Raquel lloró todo el camino a casa, y repetía “a Tobías Dos te juro que lo cuido, qué estúpida que soy”. Pero a Tobías Dos se lo llevó con ella al mercado y lo pisó un auto. ¿Qué podía hacer yo? Dejé pasar un mes y le traje a Tobías Tres, pobre Raquel.

El día que nos mudamos estaba tan feliz, tan hermosa. Teníamos una cama, un sillón y una radio con pasa cassette. Nos sentamos en el piso con café y un atado, decidimos que así sería la inauguración. El café nos desveló, de manera que a las tres de la mañana salí a comprar cigarrillos, y unos chocolates. Era invierno. Raquel se quedó descalza en el balcón. Cuando me vio cruzando la calle me gritó que no olvide los preservativos, pero yo los olvidé. Esa noche quedó embarazada. Qué te hice Raquel… una nena y una nena.


Te arrancaron de mis brazos. Era miércoles, yo había llegado hacía un rato. Vos estabas con la panza, preciosa. Y te llevaron igual, no les importó nada.
De ahí en más yo trabajo, juego con Ana, como, me baño. Soy una rutina fría. Pienso que sin vos no podría hacerlo, pero allí estás, todos los días, descalza en el balcón, y sabés que estoy ahí, espiándote, atrás del álamo. Ana sólo te ve los sábados, y vos le sonreís, como hacías con cada niño, con cada perro en la calle. Estás flaca, pálida, tus ojos se apagaron. Pero yo te amo tanto, Raquel. Yo voy todos los días a espiarte, y me ves. Los sábados tomamos el té, hasta que vos te aburrís y seguís al muchacho de pelo largo. Decís que él es el papá de tu muñeca. Y yo los miro mientras se alejan por los pasillos celestes, de la mano y en pantuflas.


                                                                                                                                                                          P.S.P. 
                                                                                                                                   Octubre ’09

Nacer para atrás


Pienso a mi velorio

Como un cumpleaños de vuelta

De regreso

Un cumpleaños al revés


Paula
18-VII-2014

5 de marzo de 2019

a f u e r a

Cuando era menos reaggeton, menos intento de gede clasemediero ensayando brillar de lunes a lunes, aseguré: “el triste afuera es feliz, adentro muere de tristeza”.

Por eso, cuando no alcanza despojarte de toda intensidad externa, sacás a pasear tu propia intensidad unos kilómetros ruta afuera.

Como si la casa apretara los sentimientos, sofocara la expresión, subís a la autopista y llorás. Todavía no tenés idea porqué, Valeriana. Esgrimiste respuestas ruteras, te pusiste lentes para tapar los ojos, pero no tenés ni idea.

Vamos a empezar por el principio. Te sacó Netflix y la pésima señal de wifi que impidió que sigas mirando esa serie nueva. Preparaste todos los petates, todo lo necesario para ilustrar


                                                                a    f    u    e   r    a



los sentimientos.  Lo lográs, vamos, en eso sos buena. Tenés ese don, Valeria Valeriana.

Y te vas.

Saciada una parte de la sed, te vas acercando a la primera guarida de la tarde. La Estación.

Pensás que estás sola, a lo sumo un perro. Pero de repente comienza el desfile walking dead, preguntando si todavía pasa el tren.

Uno y otra, y otro y una.

¿Qué modificará en su cabeza turística saber si todavía pasa el tren? Aunque por fuera del fastidio sabés que vos te hubieras preguntado lo mismo.

Acá nadie te juzga. Quizás por eso te fuiste. Para escapar de la mirada cotidiana. Aunque muchas veces quizás, la mirada está adentro. ¿Cómo alejarse?

Esta vez no hay carnaval que tuerza mi mirada y encienda la ilusión. Al menos por ahora. Todavía, allá arriba, detrás de los árboles, todavía queda sol.

¿Habrá un baño por acá? La primera parte es de mate, un puchito permitido, y escribir. Para más tarde incorporamos kit.noche.salado; birra y maní. Total maneja Dios.

Pasa que podrás tener una vida maravillosa, pero nunca tendrás el timming – time – de una serie o una película. Ni la escenografía, ni la fotografía. Pero sobre todo el ritmo, ese transcurrir perfecto entre una escena y otra, entre un sentimiento y un pensamiento en voz alta. Esa escena donde la cámara se aleja en plano picado dejando chiquitos a los personajes.

A la vida le falta cine.

Y no estoy hablando del guión. Porque probablemente no le falte picante a tu vida; una cita de mierda, un trabajo horrorozo, un incidente del tipo misión imposible, pero no tiene cine; encuadre, ángulo, luz, montaje, soundtrack… música. La música eterna que debería sonar de fondo siempre. Una viñeta anticuada que dramatice más todo. Y sin eso, todo pasa sin pena ni gloria. Y lo único que lamentás es que sabés que a tus ojos de cine no le puede ganar nadie.  Que tenés la mejor escena y fotografía del mundo. Y que vas a guardar eso en tu memoria para siempre – o al menos hasta el Alzheimer-.

Pero todo se queda acá. Un instante en el mundo donde millones de instantes juegan el mundial galáctico de instantes maravillosos.  

Acá te regalo uno, sin encuadre y fuera de foco, con un pajarito que hace equilibrio en un cable mientras otros cantan por los bosques que rodean la Estación, donde todavía no sabemos si pasa el tren, y donde el carnaval no trajo ninguna ilusión nueva, aunque todavía queda un ratito de sol.