- Tendrías que haber venido anoche, no sabes cómo estuvo la fiesta de mamá; no dejaron ni una porción de torta. Decí que llegué a guardarte un pedazo amiga, nunca me salió tan rica. Y decime vos, ¿lo llamaste al pintor?
- No - dijo Valeriana todavía con voz dormida - Estuve pensando, y creo que no tendría mucho sentido.
- Pero sos increíble Valeria... poné la pava que voy para allá y te llevo la torta.
Lola vivía en frente de Valeria Valeriana. Se había mudado a San Cristóbal luego de separarse de su marido, hacía un año. A los veinte Lola conoció a Fuad, un centroamericano de sonrisa amplia que hacía juego con su boca de cocodrilo. A los veinticuatro se casaron con una ceremonia que duró veinte minutos y una fiesta de dieciséis interminables horas. Valeriana nunca fue a recibir la liga que le colocaría con mano invisible Fuad, porque estaba dormida en la cocina frente a una botella de sidra. Al día siguiente, la luna de miel dos meses en la India. Diez meses más tarde, el divorcio inmediato luego de descubrir el verdadero empleo de Fuad y una serie de engaños.
Valeriana estaba convencida de que en su casa había un duende que le escondía los cigarrillos. Se debe estar matando de risa desde una maceta y yo buscando enloquecida. Siempre lo mismo vos eh. Cuando los encontró en el primer lugar que había buscado, le sonrió burlonamente a una maceta y encendió uno.
Inmediatamente sonó el timbre y entró Lola como un caballo.
- Esta vez no me hizo renegar mucho, los encontré rápido.
- ¿Otra vez con lo del duende? Por favor Valeria, no quiero ir a verte al Moyano con un cartón de regalo todos los sábados - dijo Lola mientras metía la porción de algo marrón oscuro en la heladera - Mejor hablame del pintor, que tiene cara de duende, pero es un humano confirmado.
- Claro Lola, ¿qué sentido tendría que yo llame al pintor si en cuatro meses me voy de viaje?
- A ver Valeria. Primero, hablás como si un llamado fuera un anillo de bodas. Pará la mano.
Sí, para la mano. Pensó Valeriana.
- Segundo, te vas por unos meses, tampoco es tanto. Pasame un cigarrillo.
- Bueno, pero vos sabés como son los viajes, uno nunca sabe con qué se puede encontrar. Mirá si me enamoro, jamás podría engañar al pintor; entonces me sentiría mal de sólo pensarlo. Volvería de inmediato, le contaría la intención de mi mente y seguro me dejaría. No lo voy a llamar.
- Valeria, bajá por favor. Pará la mano.
Sí, un anillo de bodas para la mano. ¿Dónde más sino?
A Valeriana le llevaba algo de cinco segundos viajar a Valencia. Se prendió otro cigarrillo y se quedó mirando las manos de Lola que iban y venían cargando el mate.
- No entiendo como todavía tenés la alianza Lola. No le hace honor a nada.
- Es una defensa, ya te dije. No estoy dispuesta a conocer a nadie. Recién ha pasado un año y creo que aún sigo enamorada.
- No. Seguís terca, que es distinto.
- Vamos caminando a San Telmo. El día está lindo y tengo que visitar a un amigo.
- Tengo sueño.
- Dale, vamos comiendo la torta.
Cuando salieron de la casa Doña Amalia barría con inspirada concentración las hojas
de la vereda. Estaba segura de que Valeriana estaba loca, porque en los días más grises, cubiertos de niebla y desolados, Valeria Valeriana salía de su casa, se paraba
con las manos en la cintura mirando al cielo, y decía en un suspiro:
"Qué precioso día, ¿no Doña Amalia?". Y la vieja se la quedaba mirando con
cara de tener ruleros hasta que Valeriana volvía a entrar riendo a su casa de puerta azul.
Era un domingo precioso. El cielo casi despejado, y el sol de las tres de la tarde bien alto.
Las calles tranquilas, los autos por el Tigre o en Luján. La Capital para Lola y Valeriana.
***
PD: Un día Valeria Valeriana verá la luz, una Harry Potter sin magia, un Crepúsculo sin vampiros, una Amelie sin Yann Tiersen.
Quiero tanto a Valeriana, que nunca llega, pero tampoco nunca termina de irse.