21 de mayo de 2012

Mente Jaula


 
La literatura hace de la torpeza una poesía, una maravilla. Sin embargo, en el patio del poeta un monumento colosal a lo inefable.

   De manera que en su mente estaba la maravilla, como una obra de Mozart que nunca compuso.
   Y no era cuestión de lapicera y papel a mano. Era otra cosa, que también quedaba en su mente.

   "¿Es éste el principio de una novela?" - se preguntaba - "¿Podrá ser amor la última palabra? ¿Y podrá ser de amor mi último suspiro pre-espiro? ¿Podré elegir mi último pensamiento? ¿Con quién pasaré mi última noche?"

    Y se creía que un sahumerio a las tres menos cuarto de la madrugada traería la inspiración, el comienzo de algo, el comienzo a creer en la mentira. Como si la inspiración fuera una nena que a las rastras la llevan a bañar.

   Lo peor era la consciencia de saberse corto de lapiceras y palabras. L - E - T - R - A - S que formaban P - A - L - A - B - R - A - S. No más que unos pocos (tontos) anagramas. De letras salía telar, y si hacía doble uso de la R, salía Sartre. O sastre, con dos eses. Eses que lo llevaban a soles y de paso a lunas. Y si le sacaba la L (que obsesivo se le volvía) le quedaban unas. E inevitablemente pensaba en dunas y médanos. Y ahora se iba a los sinónimos. Y después a otro lado. Y terminaba en la Z y en la doble Z. Pero cuando creía terminar, por fin terminar el juego idiota, aparecía la fragilidad de la R francesa y el baile (mambo, rumba, ron) parlante de los cubanos. Y como se acordaba de los habanos, se prendía otro cigarrillo. Ya el tercero.

   Y justo eran las tres. Y ahora venían los números, que lo volvían a las palabras. A las L - E - T - R - A - S, a los anagramas, al insomnio y a las dudas de ortografía. Y recordaba la escuela y "todas las palabras terminadas en aba van con B larga", y pensaba en lava y le entraba la duda. Entonces las certezas y los bolsillos agujereados. Y de nuevo la duda con la H. Nunca una puta certeza de nada. Y se ponía un poco, solamente un poco filosófico. Y se quedaba en la ZS de Nietzsche. Qué rápido se olvidaba del súper hombre para volver a la Z y a la doble Z; y mutilaba un abecedario desde su génesis mutilado. Es que era uno más atrapado en el lenguaje, pero peor. Y otro anagrama.
   28 letras para combinar ad infinitum y no.

   Hambre. Heladera. Dos palabras,  L - E - T - R - A - S y un T - E - L - A - R que venía de Bolivia. Y cuando se daba cuenta que eran dos, volvía a la teoría de la dualidad. Nadie se la iba a refutar. No. No se detendría a reconfirmarla; ya estaba cocinada. Heladera.

   Esclavo feliz de su mente, cuando podría haber sido "feliz esclavo", según el poeta represivo (algún ello) que lo habitaba de la A a la Z, pero sobre todo en su habla monologal.

   Creyó detener la cadena de eslabones forzados, para escuchar los sonidos de la noche. Del afuera y del adentro. Los vecinos durmiendo y la bocina del tren.

   Y por tercera vez Heladera. Y eran tres cigarrillos. Pero como eran dos ideas, y muy inconexas, volvía aliviado a la teoría de la dualidad. Y encendía el cuarto, como ofendido y victorioso no más que consigo mismo. Ni siquiera con él se sumergiría en el debate de la teoría-certeza. Y en el fondo lo sabía, fueron segundos de una lucha terrible, realmente terrible. Y por primera vez un 'terrible' y un punto seguido. Porque lo horrorizaba la carencia de puntos suspensivos luego de decir, pensar, decir, escribir, pensar, escribir 'terrible'. Y su excesivo uso (abuso) de ese trío maravilloso, lo hacían pensar en un poeta con un monumento colosal a lo inefable. Realmente estúpido. A esta altura imposible.
   Pero seguía sin creer. 28 letras para combinar ad infinitum y nada.

   "Si mi mente fuera una imprenta..." O una impronta. Lo imprescindible abierto todo el día.
   Y en esa idea del menor esfuerzo era el mejor. En lo imposible era el mejor. Pero no tardaba mucho en saber que no era el único.

    "Claro. Si desde la teoría todo implica un mínimo de dos". Contento. O aliviado. Ya no lo distinguía.

   Un poeta en problemas. Como alguna vez lo habrán estado todos. Pero el no superaba el 'alguna vez'. Un eterno poeta en problemas atrapado en la mera esencia de sus pensamientos y sus versos abstractos.

   Pero cómo inundaba el éter de las palabras más bellas... Lo triste es que no lo sabía.
   Y se preguntará usted cómo alguien puede saberlo. No pregunte, así es la poesía.

texto incluído en Entrelunas, 2008

12 de mayo de 2012

Invitación




                     
Querida Familia y Amigos:
                                          Queremos compartir este gran momento junto a ustedes, los más cercanos, los que estuvieron acompañándonos en los buenos y malos tiempos a lo largo de estos veinte años. Como todos saben, nunca pudimos casarnos porque la plata, siempre la plata, no alcanzaba; y como era tan grande nuestro amor, queríamos festejarlo así, a lo grande. Siempre soñamos con una fiesta que recordemos para siempre, que ustedes, nuestros invitados, también la recuerden como unas horas en que se divirtieron, comieron para tres días, y tomaron para veinte.
Éramos tan jóvenes, puro sueños, todo el futuro para nosotros, enamorados, tan enamorados…  Muchos de ustedes son testigos de ese amor inmenso, que segundo a segundo se engrandecía. Disfrutábamos tanto compartirlo con ustedes, porque vivimos con la convicción de que el amor compartido es vital para esa retroalimentación que el mismo conlleva. De qué nos servía enredarnos eternamente en el nido; creemos que de esa manera el amor se pudre, tal como agua en un estanque. Claro que teníamos nuestros buenos ratos de intimidad, compartíamos mañanas, tardes y noches. Nos encantaba el cine, el teatro y los recitales. O un disco de John Coltrane en casa. Compartíamos mucho más que gustos, era una conexión única.

Cuando nació Magali, año 1980, no teníamos un peso. Amor, amor, amor. Contigo pan y cebolla. Pero a Magali no le faltó nada, porque desde entonces nosotros no dejamos de trabajar. El trabajo no fue el soñado, pero la paga era buena. Tanto que, dos años más tarde, encargamos – o se filtró – a Marianito. Y los años pasaron, el trabajo cada vez mejor, las vacaciones mutaron de Córdoba a Brasil, de Brasil a Santiago de Chile, y de ahí cada vez más al Norte. Se imaginan, pues, que nuestra situación financiera mejoró notablemente. Ambos fuimos ascendidos, gerente de gerente de gerente; nuestras empresas crecían al mismo ritmo que el riesgo país se iba al carajo, paradójico. Los chicos comenzaron a estudiar en universidades privadas, y la verdad es que cada vez nos veíamos menos. Eso sí, disfrutamos 4 años seguidos en Punta Cana, los cuatro.

Pero volviendo al motivo que nos convoca, queremos invitarlos a nuestro divorcio, que tendrá lugar el día 28 de Julio, en el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil de Familia Nº 20, a las 8 de la mañana, Av. Nosecase al 2012, 1º A. Y el sábado 29 a las 20 horas, no se pierda el festejo en el Salón “Amor” del Sheraton Hotel.

¡Los esperamos!

Marcela y Antonio

11 de mayo de 2012

A tu revés



Decí que las yemas de mis dedos guardaron
el recuerdo del roce a tu espalda…
Decí  que te acariciaron, estas yemas memoriosas,
que a veces añoran tu piel.
Decí que el olvido no es físico y el tacto es eterno.

Entrelunas, 2008

9 de mayo de 2012

Funeral


La muerte de Eulogio Morales
fue toda flores…



Temblaba, las manos le temblaban frente a la pluma. Una gota de sudor frío descendía por su cara. Tuc. Caía en el papel amarillento. Pero en su abstracción eso no sucedía. Al menos no parecía importarle; estaba por fin ante el principio del plan maestro, comenzaba el objetivo de su vida entera. Escribía la carta de despedida y el testamento. Todos los bienes que con arduo trabajo he obtenido a lo largo de mi vida, para Aurelia, comenzaba. Junto a ella construimos una vida humilde, sin lujos pero no faltándonos nunca el alimento. Uno de mis objetos más preciados es la herencia de mi padre, el azucarero de Luis XVI, quiero que mis hijas lo guarden y llegado el momento se lo dejen a sus propios hijos. Mis objetos de aseo personal, dispútenlos con raciocinio. Nunca llegó al dinero, que lo había reservado hasta el último centavo para su jubiloso funeral. En la búsqueda de lo perfecto, había encontrado una empresa que los maquillaba como si vivieran, ofrecían ojos abiertos, pero él pensó en el susto de Aurelia, de las chicas, y descartó la idea. Los labios suavemente pintados, eso sí. El pelo reluciente y las uñas prolijas. Un manto de seda color marfil lo rodearía. Puro y exultante. Y se acordó de su primo, quién murió violentamente, en manos del enemigo. En medio de aquel funeral, comenzó a brotarle sangre de su cabeza, que rápidamente tiñó de rojo, más tarde de borravino, la vulgar tela blanca que lo envolvía, acurrucándolo en la muerte desconocida y cruel. A él no podría pasarle algo así, no sólo por el lujo que rodearía la ceremonia, sino porque moriría de la manera menos dolorosa, más sutil. Ni él se daría cuenta. Habría músicos tocando Kyrie Eleison del último réquiem de Mozart. Y el reiría, reiría flotando en el aire, mirando los rostros de los presentes, atormentándolos, si así pudiera, con sus flamantes dotes de fantasma. Qué le había pasado. Porqué esa crueldad y furia repentina. El reiría, transformado su rostro. Adivinaría cada gesto, cada letra en sus cabezas. Y por fin, conocería los secretos más profundos de Aurelia.

Además, la empresa ofrecía canapés a los invitados, pancitos con salsa inglesa, mantelería incluida. Los ataúdes variaban desde personalizados, a gusto y placer del fallecido, a los tradicionales de madera de ébano. Los souvenirs estaban incluidos en el servicio: para el caso serían un caballo negro. Globos verdes oscuros harían juego con las cortinas. Negro y verde serían los colores que vestirían cada partícula del convite, hasta la ropa de los mozos. Salón fumadores, por supuesto. Su foto con gesto altivo cubriría una pared entera, podrían recorrer cada centímetro de su rostro a paso tranquilo. Y no sería cualquier foto. La imagen debería explicar a los comensales, seleccionados con minuciosa y cruel dedicación, porqué son parte del convite. Allí, estúpidos, por fin entenderán.

Mi funeral, oh sí, será colosal, armonioso y brutal. Todos se sentirán a gusto. La frontera entre la vida y la muerte será pequeñísima, invisible. Ellos y yo; ellos reirán, pero con culpa, a fin de cuentas y aunque de ratos lo olviden, estarán en un velorio, nada menos que el mío, Eulogio Morales. Yo reiré con total desparpajo, exonerado de cualquier realidad, que ya no podrá tocarme.
Que la música no los confunda. La alegría que sentirán, esa tonta y fugaz alegría que emerge del encuentro con los demás, será ideada y tendrá dueño: yo. Ninguno de ustedes imaginó jamás que Eulogio Morales, el silencioso y sutil hombrecito, se interpondría entre su voluntad y su sentimiento. “Oh, se murió Eulogio, el gran Eulogio”, dirán temprano. Un lamento lastimoso, y después arrogarse las vivencias compartidas; qué quién fue el último en saludarme, y qué yo lo vi antes de ayer, y la puta que los parió a todos. Bienvenidos, pasen por aquí, ahora traemos el café. Pueden tomar pañuelos de aquella mesa.

¿Te acordás cuando se le enganchó el mantel? Estábamos en casa de los Quintana. Pobre, qué momento incómodo. Mientras todos se reían nerviosos, Eulogio levantaba las tazas rotas, el azucarero de porcelana, los saquitos usados del té de las cinco. Nosotros fuimos los únicos que lo ayudamos, bueno, después de reírnos un poco, nosotros y algunos más nos pusimos a levantar todo. Sí, me ayudaron a levantar los vestigios de esas tardes tediosas, ¿se acuerdan? ¡Ay Eulogio!, siempre regalando una anécdota a tus amigos. Qué hijos de puta.
¿Y cuando dijo que a los filósofos les hacía falta más putas y menos esposas? ¡Estaba Horacio que recién sacaba su libro! ¿Como se llamaba? ¿«La vida del mal»? ¿Te acordás como se puso? Nunca lo había visto así.  Pero lo perdonó sin que Eulogio se lo pidiera, porque Eulogio era un poco así, era inteligente a su manera, y lo entendíamos. ¿Y cómo es ser inteligente a mi manera, Estelita? Es que ustedes nunca me entendieron, ustedes se conformaban nadando en las tacitas de porcelana traídas de Uruguay por Horacio y Adela, yo, en cambio, me sumergía en lo profundo, y allí me encontraba solo. Cuando yo les hablaba de trascender hasta el filósofo se reía. Trascender de alma en alma, dejar un poco de mí en cada persona que conocía; un gesto, una idea, un aroma, eso es la inmortalidad. Esa simpleza que hurgaba un poco más allá, era motivo de sus burlas. Eulogio, para trascender tenés que ser alguien importante, conocido y reconocido - que no es lo mismo-, un doctor prestigioso, un Nóbel, un compositor;  vos hablas del recuerdo en los seres cercanos, dejar tu mínima huella calando lo más hondo posible en tus hijos, tus amigos, en tu gente. Trascender es una aspiración que no tiene asidero ni concordancia con ninguno de nosotros. 

Ay Eulogio, ¿porqué te fuiste tan temprano?- se lamentará Aurelia mirando mi cuerpo duro y frío. Vení Mamá, vamos a tomar aire…
Tu padre… tu padre era un hombre fuerte, trabajador, perseverante. Tengo sus cartas guardadas. Veinticinco cartas le llevó detener mi casamiento con otro hombre. En ese entonces era muy difícil oponerse a la decisión de los padres, sin embargo yo lo hice, por Eulogio, por mí. Y después de un tiempo yo quedé embarazada y nos casamos, pero él nunca estuvo seguro de mi sentimiento, él era muy difícil de convencer. Si supiera tu padre cuánto lo amé… 
Lo sabe, mamá.

Pero esas charlas serán cortadas por el personal de la empresa, que invitará a los presentes a sentarse en las finas sillas frente a un atril, desde donde un hombre, con voz grave y monótona, leerá el mensaje que le he dejado a cada uno de ustedes. Silencio. Profundo silencio de muertos y vivos. La tensión que flota en el aire llega desde mis huesos fríos y débiles. Las cortinas se mueven al compás del viento que entra del afuera, de un lado al otro, izquierda a derecha, suavemente, hasta que irrumpe en la sala el sonido terrible de la voz grave y monótona del hombre. No titubea mientras va leyendo uno tras otro los mensajes, en un ritmo perfecto, acorde por acorde, como un péndulo eterno que nos condena a oír lo que no queremos; Horacio, Estela, Carmen, Antonio. Y así. Ustedes, Paloma, Martín, Adela, todos ustedes están conmigo en esta caja reluciente y onerosa. Caminan todos por la palma de mi mano abierta y pálida…

Eulogio escribía rápido pero por más que se apurara no le ganaba a su mente que urdía sin descanso el ansiado día. Desde pequeño sabía que su final sería grande, multitudinario, inolvidable. Que su historia sería relatada durante generaciones; los hijos de los hijos de los hijos de los hijos sabrían quién fue y cómo murió, ¡y cómo murió!, Eulogio Morales.
Pero la consumación de este hecho le habrá llevado toda su vida. Una vida pensada para la muerte, el sacrificio del mundo para la dama gris.

Luego de los mensajes, los invitados comienzan a mirarse entre sí, inquietos, como buscando el sentimiento más íntimo del otro. Rápidamente comprenden que atraviesan un sentimiento hermano, imponderable. El gesto de sus miradas muta de la sorpresa a la convicción más firme. Primero Horacio, lo sigue Carmen y Adela. Uno a uno van quebrando su postura, todos mis erguidos y finos amigos caminan ahora como simios y se dirigen al único objetivo posible: yo. Se escucha una risa histérica en la sala, era la risa de Martín, que tomando mi mano y llevándosela a la boca, mira a Paloma, que hace lo mismo con mi pie derecho. De un segundo a otro, el féretro está rodeado. No tardan nada en desnudarme por completo, las bestias carroñeras arrancan cada pedazo de lo que fui, el cuerpo muerto es el banquete. Sus dientes sostienen mis carnes, ya nada queda de vivo color, todo es amarronado e inerte. Ellos clavan sus garras como aves rapaces, el cordero es violentado en su lecho de muerte. Paloma, la fina y delicada Paloma es quien arranca de un mordisco mi sexo, y Carmen se relame con un pedazo de muslo en la boca. Antonio, quién lo diría, tiene mis dos bolas en el fondo de la garganta, así, sin masticar. De repente –y esto no lo avisaban en la venta del servicio- un mozo furioso corre y se tira encima de lo que queda, haciéndose lugar entre las otras bestias. Nadie detiene a nadie. De fondo suena el Réquiem desafinado por la ausencia de un violinista que, furioso, devora mi pantorrilla. Y en la superficie, un salvaje desquiciado me arranca un ojo, para tirarlo por el aire y verlo rebotar en el piso reluciente. Un ojo, una bolita, lo mismo daba con ese cuerpo aniquilado por las bestias, los comensales, los invitados al inolvidable funeral de Eulogio Morales. Y pensar que el jodido hijo de puta era yo.

09 '11

Pocas Nueces



A veces, muchas veces nada más tenía ganas de morir. Partir a donde las baldosas terminan en la muerte. Temer el último segundo, y respirarlo hasta dejar de sentir.

Supertramp lo sabía, lo sabría, desde acá deducimos que lo sabía. Y cuando la pasión victorea a la muerte, ¡viva!, no hay veneno que valga. Alexander pudo.

Pero hay aquellos que la muerte les sienta bien. La muerte sin competidor. Aquellos vacíos sinsabores, humanos, tan humanos, a los que la muerte se les vuelve un lugar tan cálido que no pueden dejarla pasar. La muerte como lugar común es para otros.

En este alrededor inmediato, no hay nada. Mucho ruido para distraer el vacío prolongado. Afuera un árbol llora dentro. Adentro un mundo te lamenta.

Una necesidad, ¡viva! Señal de un sentimiento. Queda un poco de vida que anhela vivir. Bienvenido, respire por aquí, exhale al fondo a la derecha.

Paula 
06'09