25 de marzo de 2019

19 de marzo - Día 12.451 en la Tierra

No entendés, y quisieras no querer entender, que en este tiempo en este mundo, es lo mejor que podría pasarte.

No querer entender porqué cuando apretás un botón se cambia el canal, porqué el sol de invierno te pone tan feliz, porqué las mañanas volvieron a ser todas frías.

¿Hay un punto medio entre los felices ignorantes y los tristes cognocentes? Sí. Pero pará...
No querer entender porqué nunca escuchaste ese pedacito de canción que te mandé, quizás por el mismo motivo en que ayer me fui a comprar justo la hamburguesa. Bendita hamburguesa.
Bendita y justa hamburguesa.

Demasiado lunes para Daft Punk.
Pero acá está.
One thousand lonely stars hiding in the cold
Take it, I don't wanna sing anymore

No quiero cantar más, Casablanca.

Las piezas no terminan de caer. Y acá estamos. Todxs volando, cayendo como podemos, esquivando a la pieza de al lado, para que no te lleve puesta en su aterrizaje. Pero se chocan, y se golpean. Nadie sabe caer sin lastimar a otrxs.

El mundo a veces se hace un embudo y no, no pasamos todxs. Hay que hacer fila india y toca toca la suerte es loca.

No entendés porqué hasta hace 5 días era verano y ahora es otoño, y se nota, el otoño entra como una columna numerosa al repique de los bombos.

Y te dice.
Y te advierte:
Mirá que llegué, podrías ir cambiando el vino por tecitos chuchis, ir pensando qué libro vas a retomar, re - tomar, más que el vino. Elegite pelis, pero unas buenas. Aflojale al reaggeton y prepará el piyama o conseguite una bata, como te advertían tus amigos, vas a terminar con una bata fumando con boquilla y bebiendo whisky. O tecito chuchi. Y sin fumar. Chavela.


Pero al mismo tiempo el otoño trae baile, sabés. Que se apaguen los que no saben brillar bien, y se encienda el día a día, otra vez. ¿esperar a que aprendan a brillar? Si todavía vos están en corto, qué decís. ¿Nunca te dieron un aventón loco a Flores?

Que se apaguen, cortemos la luz del mundo, que queden lxs que aprendieron

a hacer 
                   fueguito 
a ser 

          fuego.

¿Qué vale más? 

¿La palabra
La acción
O el vuelto en caramelos?

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PP
25.III.19
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14 de marzo de 2019

De la mano y en pantuflas


Es que creer en Fidel es necesario Morell, como quien deja de buscar pelos al huevo – decía Raquel con las manos inquietas, pitando una y otra vez. Y yo sabía cómo terminaban aquellas charlas. Es que ella no soportaba que yo opinara distinto, consideraba la amistad, o el amor, como una balanza totalmente equilibrada, como X igual a X. Al segundo mes de convivencia supe que su terquedad podría más que cualquier sensatez, por lo que me incliné a la resignación, a la sonrisa suave, a tomarle una mano y acariciarla mientras ella se encendía con cada palabra, revoloteando su mirada en mí, en la ventana, en el cuadro del Che.

Durante cinco años la deseé como a nadie, pero de una manera que Raquel ni siquiera sospechó. Me creí el cuento del buen enamorado, con óptimos resultados. Noches y noches de lecturas, whisky, Tiersen y cigarros. Ella iba por ahí, y a mí me quedaba exacto.

La fortaleza de la isla, el empeño del viejo, y la mierda que nos rodea, yo lo necesito Morell, yo creo en Fidel. ¿Por qué me miras así? ¿Vos no? ¿Desde cuándo pensamos distinto nosotros? Era el momento, le tomé la mano, le acaricié los dedos largos, y la besé con los ojos. Decime, Morell. Entonces la llevé a la cama.

La amaba tanto, pero no pude enseñarle a aceptarme, aceptar cualquier otro. Mis tácticas fueron estrategias de evitar cualquier enfrentamiento cotidiano. Eso de amoldarse no iba para Raquel, pobrecita, Raquel.

La consentía, hace poco puedo decirlo. Es que decirlo y aceptarlo, es saberme en parte culpable. Cuántos repasadores quemó porque yo nunca le dije lo peligroso de dejarlos cerca de la hornalla, pero ella se reía, y mi reto era la sonrisa suave, morderme el labio entre la sonrisa suave. Y ella se reía más, porque le gustaba mi complicidad o el reto-sonrisa. No me pueden culpar por haberme enamorado. A fin de cuentas, mi aporte fue de enamorado.

Dejé que llevara a Tobías, el perro, al casamiento de mi hermana. El animal, que vivía encerrado en un departamento, corrió por todo el salón, apenas pude convencerla para que lo dejemos afuera. Cuando el sol se entrometió en la fiesta salimos a buscarlo, pero sólo encontramos los destrozos que Tobías había hecho en el cuidado parque, en los finos canteros, en las nomeolvides, y de él, ni rastro. Raquel lloró todo el camino a casa, y repetía “a Tobías Dos te juro que lo cuido, qué estúpida que soy”. Pero a Tobías Dos se lo llevó con ella al mercado y lo pisó un auto. ¿Qué podía hacer yo? Dejé pasar un mes y le traje a Tobías Tres, pobre Raquel.

El día que nos mudamos estaba tan feliz, tan hermosa. Teníamos una cama, un sillón y una radio con pasa cassette. Nos sentamos en el piso con café y un atado, decidimos que así sería la inauguración. El café nos desveló, de manera que a las tres de la mañana salí a comprar cigarrillos, y unos chocolates. Era invierno. Raquel se quedó descalza en el balcón. Cuando me vio cruzando la calle me gritó que no olvide los preservativos, pero yo los olvidé. Esa noche quedó embarazada. Qué te hice Raquel… una nena y una nena.


Te arrancaron de mis brazos. Era miércoles, yo había llegado hacía un rato. Vos estabas con la panza, preciosa. Y te llevaron igual, no les importó nada.
De ahí en más yo trabajo, juego con Ana, como, me baño. Soy una rutina fría. Pienso que sin vos no podría hacerlo, pero allí estás, todos los días, descalza en el balcón, y sabés que estoy ahí, espiándote, atrás del álamo. Ana sólo te ve los sábados, y vos le sonreís, como hacías con cada niño, con cada perro en la calle. Estás flaca, pálida, tus ojos se apagaron. Pero yo te amo tanto, Raquel. Yo voy todos los días a espiarte, y me ves. Los sábados tomamos el té, hasta que vos te aburrís y seguís al muchacho de pelo largo. Decís que él es el papá de tu muñeca. Y yo los miro mientras se alejan por los pasillos celestes, de la mano y en pantuflas.


                                                                                                                                                                          P.S.P. 
                                                                                                                                   Octubre ’09

Nacer para atrás


Pienso a mi velorio

Como un cumpleaños de vuelta

De regreso

Un cumpleaños al revés


Paula
18-VII-2014

5 de marzo de 2019

a f u e r a

Cuando era menos reaggeton, menos intento de gede clasemediero ensayando brillar de lunes a lunes, aseguré: “el triste afuera es feliz, adentro muere de tristeza”.

Por eso, cuando no alcanza despojarte de toda intensidad externa, sacás a pasear tu propia intensidad unos kilómetros ruta afuera.

Como si la casa apretara los sentimientos, sofocara la expresión, subís a la autopista y llorás. Todavía no tenés idea porqué, Valeriana. Esgrimiste respuestas ruteras, te pusiste lentes para tapar los ojos, pero no tenés ni idea.

Vamos a empezar por el principio. Te sacó Netflix y la pésima señal de wifi que impidió que sigas mirando esa serie nueva. Preparaste todos los petates, todo lo necesario para ilustrar


                                                                a    f    u    e   r    a



los sentimientos.  Lo lográs, vamos, en eso sos buena. Tenés ese don, Valeria Valeriana.

Y te vas.

Saciada una parte de la sed, te vas acercando a la primera guarida de la tarde. La Estación.

Pensás que estás sola, a lo sumo un perro. Pero de repente comienza el desfile walking dead, preguntando si todavía pasa el tren.

Uno y otra, y otro y una.

¿Qué modificará en su cabeza turística saber si todavía pasa el tren? Aunque por fuera del fastidio sabés que vos te hubieras preguntado lo mismo.

Acá nadie te juzga. Quizás por eso te fuiste. Para escapar de la mirada cotidiana. Aunque muchas veces quizás, la mirada está adentro. ¿Cómo alejarse?

Esta vez no hay carnaval que tuerza mi mirada y encienda la ilusión. Al menos por ahora. Todavía, allá arriba, detrás de los árboles, todavía queda sol.

¿Habrá un baño por acá? La primera parte es de mate, un puchito permitido, y escribir. Para más tarde incorporamos kit.noche.salado; birra y maní. Total maneja Dios.

Pasa que podrás tener una vida maravillosa, pero nunca tendrás el timming – time – de una serie o una película. Ni la escenografía, ni la fotografía. Pero sobre todo el ritmo, ese transcurrir perfecto entre una escena y otra, entre un sentimiento y un pensamiento en voz alta. Esa escena donde la cámara se aleja en plano picado dejando chiquitos a los personajes.

A la vida le falta cine.

Y no estoy hablando del guión. Porque probablemente no le falte picante a tu vida; una cita de mierda, un trabajo horrorozo, un incidente del tipo misión imposible, pero no tiene cine; encuadre, ángulo, luz, montaje, soundtrack… música. La música eterna que debería sonar de fondo siempre. Una viñeta anticuada que dramatice más todo. Y sin eso, todo pasa sin pena ni gloria. Y lo único que lamentás es que sabés que a tus ojos de cine no le puede ganar nadie.  Que tenés la mejor escena y fotografía del mundo. Y que vas a guardar eso en tu memoria para siempre – o al menos hasta el Alzheimer-.

Pero todo se queda acá. Un instante en el mundo donde millones de instantes juegan el mundial galáctico de instantes maravillosos.  

Acá te regalo uno, sin encuadre y fuera de foco, con un pajarito que hace equilibrio en un cable mientras otros cantan por los bosques que rodean la Estación, donde todavía no sabemos si pasa el tren, y donde el carnaval no trajo ninguna ilusión nueva, aunque todavía queda un ratito de sol. 



Convertirse en vaso, el nuevo deporte humano

A veces se te mezclan las tristezas y no sabes cuál de todas fue la primera. Es una bola de nieve, empezás por el pibe que no te contestó el mensaje, uno más y van… Y encima se te rompe el inodoro y hay un ruido inexplicable en la casa. No sabés si llamar un plomero, un gasista, o a tu hermana para juntarte y fumar un porro. A veces esa es la mejor, el porro borrador de todo. Pero recordás que tenés que seguir viviendo en esa casa, y la tenés que arreglar.
Como al auto que te chocaron. Todo si el seguro se dignara a pagarte. Hizo un ruido raro, "como a un coso del cosito que gira como en agua", le dirás al mecánico. Pero el ruido pasó, no lo llevaste. “Si pasa pasa”, habrá pensado el ruido.

Hoy me levanté pensando en que en la era del reciclado y la conciencia ambiental de algunxs pocxs, lo único descartable y no reutilizable somos lxs seres humanxs. Somos esos vasitos de plástico que se rompen después de una fiesta yankee, ese que metés en una bolsa recuperada, junto a colillas de cigarrillos y latitas de cerveza. Ojalá fuéramos el frasco de mermelada que deviene en vaso. No, somos el de plástico, que tiene una rayita, y con total descuido lo apretamos y la rayita resulta grieta insalvable. Ya está, a la basura.
¿Nadie está un poco cansadx de todo eso? Yo creo que todxs estamos tan cansadxs que ya casi ni lo intentamos. Transformamos esas ganas de amar en otras ganas, amamos más a lxs amigxs, amamos más las causas, nos amamos más, salimos con nosotrxs mismos. La deconstrucción pagó peaje y le metió. ¿Y si me estoy pasando unos pueblos? ¿Sí o qué?
Bueno, vos, excepción, qué hacés ¿todo bien? Coincidiste emocionalmente con alguien que tenía ganas. Además, enamorarse es una decisión política, sabés. Cada vez creo más en eso. Y tomaste la decisión. La decisión política más la coincidencia emocional puede convertirse en una bella experiencia de amor, que probablemente tenga fecha de vencimiento, no quiero pincharte el globo, pero ya sabés. Por las dudas llevá casco.
Un día entendí en carne viva a Charly: Cuando el mundo tire para abajo es mejor no estar atado a nada. Y acá estoy, más suelta que noséqué. Tan suelta que a veces me vuelo y me encantaría que alguien me baje un rato, me retenga un poco, me vuele un cacho la peluca.
Líquido, vaticinó Bauman. Todo líquido, nada sólido. Autos líquidos, celulares líquidos, relaciones líquidas. Creo que ya no somos ni eso, somos el vaso que contiene el líquido, somos lo que ni siquiera se bebe, somos lo que se tira.
Buen día, es viernes, vamos que hoy te convertís en vaso.


13 de febrero de 2019

Catarsis de un viejo adiós


Tengo la heladera llena de chocolates y dulces que me dio la gente que me quiere para que no me muera.

Llego de trabajar, esos trabajos que no tienen nada que ver con nada del universo, abro la heladera y veo los chocolates que me recuerdan que la vida debe seguir, porque sí. Dulces, amargos, aireados, y el alfajor que le dan en la escuela a mi hijo.
Rollos de peligro. Sí, eso vengo de hacer. Me empleo en la fábrica familiar y me autoconsagro operaria. Dos días fui y ya me siento Simón Radowisky. Descubro a la máquina como el mejor amigo del hombre. De la mujer, en este caso. El rollo de peligro se enreda, se dobla, la impresión puede salir mal, la máquina se detiene, o el cono le quedó chico, pero no me va a dejar. Nunca me va a dejar él. Yo lo voy a dejar, cuando termino y me voy. Y, evidentemente, es a lo único que voy a dejar en mi vida.




Todo empieza cuando mi novio, anda a saber cuál de esa fila de desalmados, me dejó. Sí, otro más. Y la interminable danza de desamores me trae acá, junto a vos, que te dejaron, que no te dejaron, que vivís el amor como algo más, o, que como yo, lo sentís en lo más profundo del cajón de verduras repleto del ají puta parió. Te deja, se va, no lo entendés, es una película de terror, esos ojos no van a volver, esos brazos ya no te van a abrazar, ese motor no sonará jamás en tu puerta, y ahí estás, chiquita como un alfiler mientras la cámara se aleja. El ya se fue, diciéndote, encima, porque la lista de encimas es muy larga, que te ama. Te lo dice porque vos querés cerrar la historia lo más sanamente posible… está bien, okey, no lo entiendo pero parece que va en serio, te vas, entonces te muestro todas mis cartas porque no va a haber un después… amigo podés ser de tu hermana. Y te digo que te voy a extrañar, y me limpiás las lágrimas; y como no hay después, te doy todas tus cosas ahora, esperame un minuto…

Tu ropa. Esos calzones talle xxxxs y tus remeritas que adoraba doblar. Las medias rotas y el puf. ¿Qué más? Sí, unos dibujos que estuviste haciendo con mi hijo, no quiero verlos, un caracolito que trajimos de Mar del Plata hace 4 días, CUATRO DÍAS, entendés Frozen? Un chupetín, amargo. Llevatelo. Y sí, ya que salí afuera en el torbellino desorientado que era esa noche, tomá, llevate el cactus… no un cactusito, cuidado, a ver si te pinchas…. No, llevate EL CACTUS que trajimos del norte, ese señor cactus que espero te haya recordado a toda mi familia y todo el viaje cuando lo sacaste de la bolsa.

Te doy la bolsa, te deseo lo mejor, con el gramo de dignidad que me queda, lo pierdo al instante porque te digo te amo, te beso en la boca y me voy. Vos me decís lo mismo. Mismos deseos, mismo amor.  (#$%&”!)

Si, te pinchás, cuando sacás el cactus, pero eso que…  si te fuiste de todas formas. Los finales son guionados por Sheakspere, siempre. Y musicalizados por Coldplay. Te juro, no miento. Como tan enferma no estoy, cierro la puerta, y hago un s.o.s. amigas-mamá-hermanas, y con el teléfono en mano, agarro un martillo y arranco el corazón de cemento, de cemento, que me hiciste en la pared con nuestras iniciales.





No hay consuelo. Nada. Es mentira, al rato es verdad. No es la primera vez, deseo que sea la última.


****                                                      algún mes 2017                                           ****


Lo bueno es que de ahí me reiventé unas cuantas veces, my friend. 
Hay maestros y bendiciones, el fue un maestro que me enseñó tantas cosas de mi, es más lo que dejaste que lo que te llevaste, pero eso se sabe mucho después, al momento de escribir estas líneas era un llanto curándose en las risas del autoridículo, siempre me salvó escribir, sabés.