5 de marzo de 2019

a f u e r a

Cuando era menos reaggeton, menos intento de gede clasemediero ensayando brillar de lunes a lunes, aseguré: “el triste afuera es feliz, adentro muere de tristeza”.

Por eso, cuando no alcanza despojarte de toda intensidad externa, sacás a pasear tu propia intensidad unos kilómetros ruta afuera.

Como si la casa apretara los sentimientos, sofocara la expresión, subís a la autopista y llorás. Todavía no tenés idea porqué, Valeriana. Esgrimiste respuestas ruteras, te pusiste lentes para tapar los ojos, pero no tenés ni idea.

Vamos a empezar por el principio. Te sacó Netflix y la pésima señal de wifi que impidió que sigas mirando esa serie nueva. Preparaste todos los petates, todo lo necesario para ilustrar


                                                                a    f    u    e   r    a



los sentimientos.  Lo lográs, vamos, en eso sos buena. Tenés ese don, Valeria Valeriana.

Y te vas.

Saciada una parte de la sed, te vas acercando a la primera guarida de la tarde. La Estación.

Pensás que estás sola, a lo sumo un perro. Pero de repente comienza el desfile walking dead, preguntando si todavía pasa el tren.

Uno y otra, y otro y una.

¿Qué modificará en su cabeza turística saber si todavía pasa el tren? Aunque por fuera del fastidio sabés que vos te hubieras preguntado lo mismo.

Acá nadie te juzga. Quizás por eso te fuiste. Para escapar de la mirada cotidiana. Aunque muchas veces quizás, la mirada está adentro. ¿Cómo alejarse?

Esta vez no hay carnaval que tuerza mi mirada y encienda la ilusión. Al menos por ahora. Todavía, allá arriba, detrás de los árboles, todavía queda sol.

¿Habrá un baño por acá? La primera parte es de mate, un puchito permitido, y escribir. Para más tarde incorporamos kit.noche.salado; birra y maní. Total maneja Dios.

Pasa que podrás tener una vida maravillosa, pero nunca tendrás el timming – time – de una serie o una película. Ni la escenografía, ni la fotografía. Pero sobre todo el ritmo, ese transcurrir perfecto entre una escena y otra, entre un sentimiento y un pensamiento en voz alta. Esa escena donde la cámara se aleja en plano picado dejando chiquitos a los personajes.

A la vida le falta cine.

Y no estoy hablando del guión. Porque probablemente no le falte picante a tu vida; una cita de mierda, un trabajo horrorozo, un incidente del tipo misión imposible, pero no tiene cine; encuadre, ángulo, luz, montaje, soundtrack… música. La música eterna que debería sonar de fondo siempre. Una viñeta anticuada que dramatice más todo. Y sin eso, todo pasa sin pena ni gloria. Y lo único que lamentás es que sabés que a tus ojos de cine no le puede ganar nadie.  Que tenés la mejor escena y fotografía del mundo. Y que vas a guardar eso en tu memoria para siempre – o al menos hasta el Alzheimer-.

Pero todo se queda acá. Un instante en el mundo donde millones de instantes juegan el mundial galáctico de instantes maravillosos.  

Acá te regalo uno, sin encuadre y fuera de foco, con un pajarito que hace equilibrio en un cable mientras otros cantan por los bosques que rodean la Estación, donde todavía no sabemos si pasa el tren, y donde el carnaval no trajo ninguna ilusión nueva, aunque todavía queda un ratito de sol. 



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